No, no es otro disco más de Chopin. Me di cuenta desde los primeros segundos, en medio de la noche, los cascos, play… y de repente, ese sonido. No diré timbre, diré sonido, sonido que envuelve, y no lo adornaré con manidas sinestesias aterciopeladas. Podría. Sin haber leído aún el cuadernillo, comprendí rápido que lo de «Chopin intime» no era un simple reclamo cursi: era el certero hilo conductor de un programa que ya me había atrapado por completo. Y Justin Taylor. Confieso mis reticencias. Al más romántico de los románticos lo han manoseado a veces tanto que, a priori, preferir suelo visitar territorios menos trillados; protesto, incluso, cuando se promueve con frecuencia antes lo de siempre mientras se dejan de lado repertorios fascinantes; ya saben, como los de esa arpa. Pero silencioso y cubierto de polvo veíase también el pianino de Pleyel. Pariente inmediato del de Valldemossa, Olivier Fadini lo restauró y Hughes Deschaux capturó su sonido, ese sonido. Y Justin Taylor.
El historicismo es más que recrear momentos del pasado, pero también es. Imaginar a Chopin componiendo sus preludios más introspectivos es de lo más sugerente, y sin necesidad tampoco de oír de fondo la famosa lluvia resonando sobre las tejas mallorquinas. Sin necesidad de quitarle verdad a otras versiones con verdad, hasta las de los más exuberantes pianos de cola.
Pero la experiencia está aún por encima. La de tanto con tan poco. La de este ligero instrumento de vida efímera, de pocas octavas, de solo dos cuerdas por nota. La de ese sonido «plateado y velado» al decir de Liszt, poeta.
Y la experiencia de escuchar a Justin Taylor, sí. Su legato, su equilibrio entre las dos manos, su convincente lentitud. «Por fin te envío mis preludios, los cuales he completado en tu pianino», escribió Chopin a su amigo Pleyel.
Por fin los escuchamos… otra vez
PABLO DEL POZO TOSCANO – Scherzo