ABC SEVILLA

La fama de buen conjunto precedía al Ensemble Diderot, caracterizado por abordar repertorios poco frecuentados o formaciones de los más variopintas. En Sevilla se presentaban abanderando una formación que por segunda vez en esta temporada se impone en el programa: la de la sonata en trío, con dos violines y el continuo a cargo de un chelo y un clave, para traernos un programa de variados autores en torno a la corte del rey Federico II, gran protector de las artes, y de la música muy en particular, tanto como oyente, intérprete o compositor.

El ambiente musical extraordinario que reinaba en la corte tal vez influyó en una concepción de la música compartida, fruto de la afinidad entre los compositores y como evidencia que todas las muestras musicales que oímos estuviesen regidas por la sonata en trío. Ambos elementos puede que redundaran en la sensación de continuismo interpretativo, con la excepción de Leclair y menos aún en Carl Philipp Emanuel Bach. Pero como nos explicaba el propio Pramsohler en un estupendo español, para el que incluso se esforzó evitar cualquier tipo de acento ajeno, la inclusión de un autor francés era normal en esa corte, ya que el monarca hablaba mejor francés que alemán, repetimos, según el comentario del violinista.

El concierto se movía en torno a los temperamentos, en los que no se perdía de vista el pensamiento clásico, del que se extrae el ‘Metancholicus’, emparentado con el abatimiento y el ‘Sanguineus’ con la energía, y eso nos pareció observar en la doble velocidad que encontramos en los dos violines, en la que el primero se movía espaciosamente mientras el segundo se mostraba vivaracho y locuaz, ambos en la ‘Sonata en trio en sol mayor GWV A:XV:11’ de Johann Gottlieb Graun. La idea la copia Carl Philipp Emanuel Bach en su ‘Sonata en trio en do menor Wq.161/1 H.579 Sanguheus & Melanchokus’, pero como es natural lo lleva más lejos, contraponiendo ambos violines primero para llegar a un acuerdo después: no sólo los motivos melódicos tienden a lo planteado por Graun, sino que las alternancias son más pronunciadas y la tímbrica contribuye aún a estas diferencias enfrentando la vitalidad del fraseo desenvuelto en este caso del primer violín, mientras que al segundo lo ‘amordaza’ con la sordina, para dar una sensación de mayor languidez.

Por otro lado, la expresividad más directa la notamos en la enorme y pronunciada escala descendente con la que comienza la ‘Sonata en trío’ en Re menor de Johann Philipp Kirnberger. Pero nos pareció que Leclair sobresalió más no sólo sobre estos dos compositores, sino también de Goldberg y Schulz, que como decimos, parecían sólo ramas de un mismo árbol.

Por lo demás, estábamos ante un conjunto imponente que podían ser fácilmente solistas. La comunión entre los dos violines fue espectacular, con un claro sonido a tripa -más en el I que en el II- y de un entendimiento extraordinario. También lo fue la chelista, cuyo color igualmente casaba de manera muy acusada con el de sus compañeros; es más, podía haberlos sobrepasado fácilmente en cuanto a volumen, pero buscaba siempre realizar su misión de escolta, cuando no responsorial y pocas veces solista. Al igual que el clavecinista, siempre atento, pegados a sus compañeros y la tapa alzada, hasta el punto de oírse los armónicos perfectamente cuando sus compañeros dejaban de tocar súbitamente. Una pena ese público que no llenó del todo el Turina.

 

DARIO DE SEVILLA

La corte prusiana del reinado de Federico II, un rey tan belicoso como melómano, se convirtió en la segunda mitad del siglo XVIII en uno de los principales focos musicales de Europa gracias a la protección que el monarca dispensó a intérpretes y compositores. Hasta allí viajó el propio Bach para visitar a su hijo Carl Philipp Emanuel e invitado por Federico II. Una buena muestra del ambiente creativo de la corte de Potsdam constituía el programa de este bello concierto del Ensemble Diderot, con sonatas trío para dos violines y continuo de compositores vinculados con la capilla musical prusiana.

Las versiones se caracterizaron por rehuir de la excesiva uniformidad de sonido entre ambos violines, más áspero y agudo el de Pramsohler, más aterciopelado y oscuro el de Bernabé. Pero ambos compartían de manera absoluta la articulación y un fraseo atento a cada nota y a su peso dentro de cada frase, dejando caer los acentos de forma unánime en el sinuoso trenzado de sus frases. Como resultado, unas versiones ricas en detalles, de una claridad y brillo sobresalientes, incluso en unos pasajes fugados (Allegro de Kirnberger, por ejemplo) de bella transparencia. Estuvieron también muy atentos a destacr el carácter galante de las danzas con un ritmo cadencioso y lánguido, especialmente en las sonatas de Graun y Schulz. Ritmo y agilidad se complementaron con la brillantez del continuo, con el chelo de Choï de sonido relevante y nada rutinario.

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