Crítica en el Diario de Sevilla de Pablo J. Vayón, de la actuación del Le Consort en el Espacio Turina con su programa «Royal Handel» el pasado 25 de Noviembre de 2022.

Aunque hace tiempo que el universo barroco ha alcanzado tal extensión por toda Europa que es difícil encontrar quién y desde dónde marca las principales tendencias en la evolución del estilo, una serie de jóvenes grupos y solistas franceses parecen moverse en la vanguardiaSon modernos, fotogénicos, dominan el márketing, las redes y la imagen. Son virtuosos y han asumido con absoluta naturalidad esa ola de revisionismo que viene cuestionando desde hace al menos dos décadas las concepciones sobre la autenticidad con la que triunfaron los pioneros. Gracias al Espacio Turina, a Sevilla han llegado dos de esos grupos en poco más de seis meses. En abril fue Jupiter, esta noche, ha sido Le Consort, un conjunto fundado en 2015 que funciona con una dirección artística compartida entre los violinistas Théotime Langlois de Swarte y Sophie de Bardonneche y el clavecinista Justin Taylor.

Aunque hace tiempo que el universo barroco ha alcanzado tal extensión por toda Europa que es difícil encontrar quién y desde dónde marca las principales tendencias en la evolución del estilo, una serie de jóvenes grupos y solistas franceses parecen moverse en la vanguardiaSon modernos, fotogénicos, dominan el márketing, las redes y la imagen. Son virtuosos y han asumido con absoluta naturalidad esa ola de revisionismo que viene cuestionando desde hace al menos dos décadas las concepciones sobre la autenticidad con la que triunfaron los pioneros. Gracias al Espacio Turina, a Sevilla han llegado dos de esos grupos en poco más de seis meses. En abril fue Jupiter, esta noche, ha sido Le Consort, un conjunto fundado en 2015 que funciona con una dirección artística compartida entre los violinistas Théotime Langlois de Swarte y Sophie de Bardonneche y el clavecinista Justin Taylor.

Desde la obertura de Rinaldo, los jóvenes de Le Consort, que se presentaron como un sexteto instrumental, impresionaron por la forma en hacer expresivo un fraseo nervioso, enérgico, de un dinamismo innegociable, por más que eso llegara a provocar algunos ocasionales desajustes, que parecen preferir a la perfección inocua. Théotime Langlois de Swarte se individualiza por su sonido lírico, capaz de sostenerse en florituras y diminuendi inverosímiles en el registro más agudo sin perder ni un ápice ni de limpieza ni de pureza tonal, pero sabe también llevar al conjunto hacia un dramatismo de extraordinaria teatralidad, a la que sus compañeros responden desde un continuo profundo y magníficamente articulado. En la Sonata a 5 de Haendel (a menudo, presentada como Concierto para violín, pero el espíritu de la obra es sonatístico) fue especialmente reseñable cómo se pasó de un arranque liviano, ligero, de una desnudez quebradiza a un Adagio de sonido mucho más grueso y un final chispeante. En la Follia de Vivaldi, con el grupo reducido a cuarteto básico (los dos violines, clave y cello), tocando sin partitura (algo muy poco habitual), el sentido del contraste resultó por completo exuberante. Justin Taylor había introducido la obra con el famoso Adagio de Marcello en la transcripción de Bach, que tocó con una enorme libertad agógica y una sensualidad excitante, y luego mostró, como toda la noche, una extrema complicidad con sus compañeros en el manejo elástico y fluido del tempo.

Y pese a todo eso, la estrella de la noche fue Eva Zaïcik, una mezzo de voz redonda, cálida, plena, de timbre suntuoso, pero a la vez sedoso, con preciosos reflejos plateados, de emisión clara y un fraseo flexible y elegante, en el que sobresale un manejo soberbio de los reguladores. Se movió con soltura por toda la tesitura, que no era precisamente pequeña, pues asumió roles que Haendel escribió para voces bien diferentes (Durastanti, Senesino, Caffarelli, Anastasia Robinson) y lo hizo con una soltura deslumbrante en las agilidades y una ternura acariciante cuando recogía la voz en pianissimi, siempre conmovedores. Ya en el arranque, con una preciosa y emotiva aria patética de Ariosti, alcanzó unas cotas de expresividad que no dejó caer en ningún momento. Alternando estas arias patéticas (algunas tan conocidas como «Lascia ch’io pianga» de Rinaldo o «Stille amare» de Tolomeo) con otras de bravura (como las dos de Sesto en Julio César o la de Bononcini) supo poner siempre la expresión por encima de cualquier veleidad exhibicionista, si bien resultaron admirables algunas de las cadencias de los da capo, que ornamentó con una agilidad limpia, sin estridencias y de aparente facilidad. Para el final, dejó una auténtica prueba para cantantes aguerridas, la imponente escena de la locura de Dejanira de Hercules, en la que volcó todo su potencial dramático, manteniendo la tensión permanente entre declamación y lirismo, lo que se vio apoyado además en un acompañamiento vibrante. En las propinas, tras un Vivaldi eléctrico («Se lento ancora il fulmine» de Argippo), dejó como último regalo un Lamento de Dido por completo inolvidable.

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