Revista Scherzo – Crítica Concierto Teatro Arriaga 25 de enero de 2024
Se ha desarrollado tanto en las últimas décadas la interpretación de la música de Monteverdi que podríamos hablar de una historia y de unas tradiciones propias. La de Alessandrini y su Concerto Italiano es una mirada diáfana, impetuosa y mediterránea, desnuda en lo expresivo y especialmente atenta al valor de la palabra. No hay que afinar mucho la memoria para recordarle unas luminosas Vísperas (2004) y un emocionante Orfeo (2007) en la Sociedad Filarmónica de Bilbao, donde Monteverdi sonó con una pureza y una autenticidad difícilmente superables. Han pasado los años y Alessandrini sigue respondiendo a su reputación de gran divulgador de la música del maestro de Cremona, de manera que su visita al Arriaga con madrigales del Settimo libro, piezas de los Scherzi musicali (1632) y escenas de L’incoronazione di Poppea venía acompañada de las más altas expectativas.
Del swing decía Louis Armstrong que hay que sentirlo para saber lo que es. Lo mismo podría pensar Alessandrini de la particular libertad rítmica que muestra Monteverdi: más que definirla, hay que conocerla por experiencia. Su labor al clave permitía la movilidad y el curso natural de la música en función de los afectos, fueran suaves o agitados. Y es cierto que la tiorba de Ugo di Giovanni reforzaba la presencia del continuo, pero uno hubiese preferido más variedad en el color instrumental. De su mano Monica Piccinini alardeó de musicalidad y calidez vocal, de una ideal manera de integrar el texto y el estilo. Empieza a ser larga su carrera (estuvo en aquel Orfeo de 2007) y, sin embargo, su voz mantiene una frescura admirable. Si en “Si dolce è’l tormento” y “Et è pur dunque vero” transmitió el gozo de cantar Monteverdi, en los dúos pareció sumarse a la sobriedad expresiva de Sonia Tedla Chebreab, cuya solvencia técnica fue tan indiscutible como su contención en las formas. Compusieron un Nerone y una Poppea de sangre fría, y no solo las escenas de L’incoronazione di Poppea contienen teatralidad: el propio Alessandrini la ve en los madrigales finales. Y hubo que sentirlo por más que musicalmente todo supiera a gloria.
Asier Vallejo Ugarte
(foto: E. Moreno Esquibel / Teatro Arriaga)