Reconozcamos de antemano que un concierto titulado Bach Inmersive suena tan pretencioso y poco atrayente como las exposiciones itinerantes de Tutankamon y Van Gogh que recorren la geografía haciendo caja. Como señuelo es manifiestamente mejorable aunque, dicho esto, cabría preguntarte cuántas de las personas que ayer prácticamente completaron el aforo de la Sala Roja de los Teatros del Canal acudieron más por ese deseo de ponerse a bucear en Bach que por la presencia del muy notable Ensemble Diderot.
Al final lo que hubo más que nada, y estuvo bien así, fue Bach. La inmersión –palabra aquí que, una vez más, comprobamos que quedaba grande y lejos de los resultados– debía haberla inducido las proyecciones del videoartista Pierre Nouvel en tres pantallas ante las que tocaban los músicos. Los vídeos no molestaron en absoluto; proyecciones de corte abstracto y paisajístico con madejas geométricas y orgánicas que parecían responder de forma bastante obvia a la propia música ofrecida en directo; todo muy sereno y hasta se diría que sutil. Tanto que durante el Ricercar a 6 y la Sonata sopr’il Soggetto Reale –expresada interpretativamente con más severidad que júbilo; es una opción válida– no hubo ningún acompañamiento audiovisual, solo una tenue iluminación.
Los músicos del Ensemble Diderot, dirigidos por Johannes Pramsohler, llevan meses con la Ofrenda musical BWV 1079 a cuestas, que para ello están a punto de lanzarla discográficamente en un registro del sello Audax. Y su versión denotó el profundo trabajo realizado para penetrar en esta imponente arquitectura más intelectual que emocional que Bach concibió al final de su vida. El violín de Pramsohler se acomodó a una escritura difícil y poco agradecida en esta música centrándose en extraer bellísimos colores del registro medio-grave de su instrumento. No es fácil dar con el tono justo y que, por ejemplo, violín y traverso se entiendan, y aquí Georges Barthel acopló técnica y una expresividad mucho más musical que virtuosa, lo que no es sencillo en una obra como esta. Roldán Bernabé que combinó violín y viola y Gulrim Choï en el violonchelo se mostraron más rigurosos y menos explícitos, acaso más interesado en cuanto de ejercicios contrapuntísticos hay en estas pequeñas gemas. Por su parte, Philippe Grisvard, en el clave, asumió en sus aportaciones a solo un lugar de discreción, con un sonido recogido y amortiguado por la amplitud del espacio, recorriendo sin prisas sus obras y con una primorosa atención a la claridad textural.
Ismael G. Cabral